Menos medidas y Max Liebermann

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De manera inopinada una ventana del ordenador me ha reflejado la imagen de Max Liebermann. La sorpresa me ha llevado a tratar de rememorar sus cuadros de carácter naturalista: mujeres desplumando gansos o mujeres cosiendo en una fábrica, así como sus paisajes impresionistas… Pero más rápidamente me han venido a la memoria algunas anécdotas que me han contado. En particular su renuncia a la presidencia de la Academia prusiana de Bellas Artes y su conocida frase: “Ich kann gar nicht soviel fressen, wie ich kotzen möchte” que, en una traducción bastante libre, podría resumirse como “en absoluto puedo tragar tanto como quisiera vomitar”. Tanta fuerza tiene esta expresión que pienso, incluso, que la he vuelto a oír cuando apareció su imagen en la pantalla.

Tal casualidad o duende informático puede tener su razón. Porque del mismo modo que a Liebermann le asqueaba el avance del movimiento nazi en la República de Weimar, ha de preocuparnos mucho este asfixiante ambiente tan polucionado por la corrupción. No terminamos de advertir el bosquejo de un escándalo cuando las noticias alertan sobre otro… y otros más.

Los partidos políticos se apresuran a presentar “medidas”. Decenas: reforma del Código penal, modificación de la Ley de enjuiciamiento criminal, rectificación de la Ley de incompatibilidades, cambios en la Ley de contratos, y así un largo etcétera de nuevas previsiones que generarán una gran agitación de papeles, informes, declaraciones y comentarios legales.

También las compañías privadas anuncian sus “medidas”, pues como bien recordaba hace unos días el Prof. Tolivar, la corrupción exige vasos comunicantes. Así, hay empresas que nos anuncian la creación de nuevos departamentos que bautizan con la lengua que quiere ser franca como “compliance”, para supervisar la correcta actuación desde un punto de vista “ético”; a la vez que estudian la incorporación de un nuevo vocal en sus consejos de administración, un vocal que podría llamarse “logaritmo” porque ciertamente no tiene corporeidad, sino que su expresión es el resultado de aplicar unos previos parámetros, que se consideran relevantes, para adoptar la decisión junto a su ponderación matemática. Pretende ser muestra de la pura objetividad.

Pasará tiempo hasta advertir si esas nuevas medidas y previsiones logran evitar la corrupción. Los escándalos conocidos hacen comprensible las dudas sobre si habrá una mínima voluntad política para erradicar las prácticas nefastas.

Por el momento las noticias han encendido los focos de luz que nos muestran muchas conductas antes sombreadas que han permitido que circulara tanto dinero “negro”. Ello nos podría llevar a desear un foco permanente de luz sobre cualquier actuación administrativa. Conseguir un gran panopticón para que de toda actuación quedara pública constancia para su control.

Pero mientras se consideran esas posibilidades se podría retornar a otros aspectos ya conocidos. Por ejemplo: reconocer el capital papel de los Interventores. Y así: insistir en que el acceso a la función pública esté basado en el mérito acreditado mediante pruebas públicas competitivas; establecer que su carrera administrativa sea objetiva, sin el impulso de la influencia política ni el dopaje de unos complementos retributivos; en garantizar su actuación responsable… Estas simples rectificaciones ayudarían a limpiar el ambiente y, sin duda, desaparecería esa asociación de ideas con Max Liebermann y rememoraría primero sus cuadros.

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