En media Europa y parte de América del Norte se está desarrollando un interesante movimiento protagonizado por Alcaldes y concejales que se ha llegado a calificar como «rebelión de las ciudades» porque estas autoridades locales pretenden abordar e intentar resolver los problemas que los jefes de Estado y de Gobierno se muestran incapaces de solucionar. Se trata de «ocupar los espacios conflictivos» por los responsables más cercanos a ellos.
Es evidente que las reuniones de los altos mandatarios (los «primates» como se decía en el siglo XIX) se suceden sin descanso y Europa es una buena prueba de ello. Cada mes se reúnen con gran alarde propagandístico quienes representan a Francia, a España, a Alemania, a Polonia etc con una agenda repleta de asuntos. Algunos tienen la suerte de quedar encarrilados, los más se aplazan una y otra vez a la espera de circunstancias más propicias.
Uno de los más clamorosos ha sido el de la inmigración. Para tratar de encauzarlo las autoridades europeas decidieron hacer un reparto entre los Estados, en función de una serie de parámetros convenidos, de las miles de personas que llaman a las puertas de nuestras fronteras (por Grecia, por Italia, por la misma España …). Lo que ha ocurrido es desolador: la mayoría de quienes presiden los gobiernos europeos se ha negado sencillamente a cumplir este compromiso europeo. Al tiempo que todos hacían grandes proclamas de solidaridad con los necesitados de ayuda.
Pues bien, aquí es donde aparece este movimiento de ediles dispuesto a cubrir el vano que políticos de mayor rango no aciertan a llenar. Como es frecuente suele haber un teórico de estas actitudes que inspira luego la acción de personas más activas y que ocupan puestos donde se les exige compromisos y acciones concretas y visibles (caso cabalmente de los responsables locales). Ese teórico ha sido Benjamín Barber que fue asesor del presidente Clinton. En libros, artículos y entrevistas cimentó la base argumental de esta nueva política municipal que él quiso ver proyectada -Barber ha fallecido recientemente- en ámbitos como este de la respuesta al desafío migratorio y algunas otras, señaladamente la del calentamiento global.
Es muy relevante este segundo aspecto porque no hay política protectora del medio ni posibilidad alguna de llevar a la práctica grandes acuerdos internaciones si no se cuenta con la colaboración de los municipios. Porque los ayuntamientos son terminales de todo lo que pueda ocurrírseles a presidentes de gran envergadura, ponentes de congresos, conferencias internacionales … Sin el alcalde y los concejales que al final diseñan la política urbanística, la de transportes, la energética, el alumbrado público o la recogida y reciclado de residuos no hay forma de llevar a cabo nada de lo planificado en grandes leyes, voluminosos Tratados internacionales o acuerdos barrocos de las organizaciones planetarias.
En los Estados Unidos ha sido su presidente quien, al denunciar el Tratado de París y abandonar los compromisos adquiridos por su antecesor, ha dicho que «él no piensa en los ciudadanos europeos sino en los de Pittsburgh». Pues bien, ha sido el alcalde Pittsburgh, que representa a esos ciudadanos, quien le ha replicado de manera contundente que él sí se siente concernido por las políticas vigilantes con el clima y, en lo que esté en su mano, las va a cumplir y hacer cumplir en su territorio.
Dicho todo esto añado un tema de meditación que está directamente emparentado con este. Resulta ya apabullante la bibliografía que está indicándonos cómo la diferencia de clases en las modernas sociedades ya no se presenta en los términos conocidos de los siglos XIX y XX sino en una nueva versión que enfrenta a los ciudadanos de las grandes urbes bien equipadas con los que viven en espacios donde se carece de conexión a internet y, si la hay, es muy deficiente. Tal es el caso de miles y miles de municipios pequeños. En España se está denunciando estos días cómo, en tales localidades, servicios básicos como la consulta médica o las propias instalaciones municipales se hallan aisladas del mundo en un limbo que desespera a los funcionarios responsables y hace a sus vecinos ciudadanos de segunda categoría.
La «rebelión» de la que aquí doy noticia debe ser también la «rebelión» de los pequeños municipios.
Recordemos, para terminar, que toda la inmensa Odisea gira alrededor de la pequeña Ítaca como toda la gloria literaria procede de un Macondo perdido.
Suscribo.
Los pies en la tierra.
Basta de palabrería.
En la Grecia clásica funcionó.
Interesante.
Pero en está querida España, en el ámbito local, ya conocemos como actúan algunos, como auténticos caciques.
No discuto que habrá mandatarios municipales, con aptitudes y actitud, que podrían dar un gran servicio a la nación, pero la gran mayoría, creo, que no.
Un saludo.