Hace poco tres amigos del Colegio de Albacete, cincuentones ellos ya, coinciden en Madrid en el VIII Congreso de Resiliencia, Igualdad, Brecha de género, Ecosostenibilidad y Medio Ambiente urbano (CRIBEMAU). Uno de ellos, Pedro, vive en Albacete. Juan vive en Barcelona y Paco en San Sebastián.

—Hombre amigos, Juan, Paco, qué alegría veros —exclama Pedro— ¿cuántos años hace que no nos vemos, cuarenta y cinco, cincuenta…?

—Ufff, sí —exclama uno de ellos—Una pila de años, somos ya muy mayores. Pero disculpa, llámame Joan.

Pedro enarca las cejas y abre los ojos, sorprendido, pero no dice nada.

—¿Y tú, Paco? ¿Cómo te ha tratado la vida? ¿Por dónde andas?

—Bue… no me puedo quejar. Pero porfa, llámame Patxi

Pedro se extraña otra vez, pero está tan contento de ver a sus amigos que no comenta nada.

—Y dónde vives Patxi?

—En Donosti.

—Ah, San Sebastián. Qué bonito ¿A qué te dedicas?

—Disculpa, San Sebastián no, Donosti. Soy Gestor Cultural del Ayuntamiento de Pasaia.

—¡Ah!

—¿Y tú Juan, digo —ejem—,  Joan?

—En Barcelona, pero trabajo en Lleida.

—Ah Lérida, mucho calor, mucha fruta, muchas nieblas…

—Sí, pero es Lleida -contesta Joan. Trabajo en Lleida pero me permiten teletrabajar dos días en semana. Llevo unos años como Técnico de Igualdad y Resiliencia en el Ayuntamiento.

Pedro sigue sorprendido. Había consultado en la RAE hacía tiempo y ésta determinó que sin duda, para los castellanoparlantes, el nombre es Lérida. Pero no quiso discutir (¿ahora sería “crispar”?). Barruntaba que había discrepancias entre ellos y pensó que mejor no meneallo.

—Pues yo sigo en Albacete, ya veis. Soy Técnico de Recaudación del Ayuntamiento. Trabajo aburrido pero tranquilo.

Visto el panorama ninguno de los tres quiso entrar en hablar sobre temas políticos si querían seguir hablándose.

Tras unas cañas, cada uno se fue a su habitación.

Pedro se quedó esa noche pensando que sus amigos se habían vuelto realmente identitarios, habían sido absorbidos, abducidos. Dicho con todos los respetos, ¡un maketo y un charnego! Como diría un francés, bastante chauvinistas de su tierra de adopción. Y cuando volvió a su habitación reflexionó un poco; ¿por qué sus amigos se consideraban distintos? De algún modo quien se considera distinto se considera superior, por eso quiere diferenciarse. Y le dio por hacer una consulta boteprontista y rápida de cifras por internet. En gasto por habitante, un ciudadano de Albacete disponía de 7.489 €, uno de Barcelona 7.953 € y uno de San Sebastián 10.515 €. Qué cosa más grande esto de las lenguas y la historia; el fomento durante décadas de la diferencia y por lo tanto del sentimiento de superioridad y de la historia. La historia justificando que en unos territorios dispongan de mayores recursos…Y si no, aspirando a ellos. Ya la Constitución permitió asimetrías territoriales quizás necesarias entonces, pero muy difíciles de justificar en estos momentos y un sistema no cerrado de competencias territoriales que nos iba a llevar a la disgregación. Si a eso se unía el incansable fomento de las diferencias, basadas en la lengua y supuestos derechos históricos que no se sabe muy bien cuáles sean (siempre fue bueno apoyar al vencedor), Pedro concluyó que nos encontrábamos ante un país único en el mundo. Un sistema en el que existe una “cosa” que se llama cupo. Los vascos, por más históricos y más abertzales, recaudan casi todos los impuestos. Luego, se reúnen con el Gobierno cada cinco años y echan cuentas. Calculan qué servicios presta el Estado en su territorio y cuánto cuestan, y abonan el resultante. Por supuesto que todo ello se produce tras una negociación política que sólo los ingenuos pueden pensar que no se ve mediatizada por los apoyos parlamentarios que se precisen en cada momento. Fascinante

Todo el problema acrecentado debido a un sistema electoral kafkiano que, curiosamente, los partidos mayoritarios ni se plantean en cambiar por un sistema mayoritario o de doble vuelta (en el que es el ciudadano el que decide los pactos). Un sistema que no procura la conformación de mayorías y convierte al Gobierno, siempre dispuesto a mantenerse en el poder a toda costa, en rehén de grupos de nacionalistas y estrafalarios grupos minoritarios. Han sido décadas de escolas, de ikastolas, de manipulación y tergiversación de la historia, de machacones discursos en los que se ha puesto siempre en valor lo propio y haber sido víctima de la “opresión” del resto del Estado. De cesión incansable de competencias por éste, y de ese sonsonete incansable en el que se ha proclamado la necesidad de más autogobierno, como si el paradigma autonómico equivaliese a más democracia, más desarrollo económico y más eficacia administrativa, cuestiones muy discutibles. Finalmente, un sistema que, necesariamente, ha desembocado en una suerte de venta o trueque de votos por prebendas. Todo el sistema nos había llevado hasta aquí. Interminables procesos de traspaso de competencias (Dios mío, pensó Pedro, ¿qué más se puede traspasar, el ejército?), que había llevado a que determinados territorios, objetivamente y de facto, fuesen ya prácticamente independientes. Un titular de El Confidencial de abril de este año reza «Marlaska oculta un plan que entrega a Cataluña y País Vasco el control de sus fronteras en aeropuertos y puertos». En nada, Cataluña va a disponer también de un sistema de concierto similar al vasco, ya se sabe, reclaman que se reconozca su singularidad. Otro titular de periódico de noviembre 2023 (La Razón), informa que «Las pensiones «vascas» figuran entre las más insostenibles de España: representan el 11% del agujero…/… las pensiones vascas figuran entre las más insostenibles de España, por lo que necesitarán más que ninguna de las inyecciones de fondos provenientes de los impuestos de todos los contribuyentes». Magnífico. El territorio común financiando el bienestar de los “diferentes”. Obviamente, Cataluña, está en ello.

Un proceso imparable y sin vuelta atrás. Demasiado tarde para retornar a un sistema más racional, un sistema solidario derivado del convencimiento de que todos forman parta de una misma comunidad nacional. La cuestión se había ido de las manos y se había alcanzado un punto de no retorno. No, para sus amigos no vivían en una misma comunidad nacional, vivían en territorios especiales y oprimidos. Consecuencia actual de que las minorías nacionalistas (que desde luego ya no pueden rascar más competencias) promuevan la independencia y que, a cambio de unos coyunturales pocos votos, la van a obtener a medio plazo sin duda.

El país se había fracturado, lo que, de hecho, había puesto distancia entre los amigos, inseparables en la infancia y ahora, de algún modo, enfrentados. Pedro no se explicaba cómo alguien de su familia que vivía en una habitación, quisiese “salirse” de su piso e independizar una de sus habitaciones. El “piso” también era suyo, y, al menos, deberían preguntarle también. Pedro está pensando que en Albacete también son singulares, tienen el gazpacho manchego, las gachas y los cuchillos de calidad; y la forma de hablar no es igual que la de Madrit, tienen sus expresiones propias.

Sea. Si todo esto debe ser así, que sea. Pedro está aburrido, se siente un explotador que trata mal a otros, se tendrá que confesar con el Padre Damián. Está harto, como muchos de los “opresores” de estar siempre con el mismo cuento. Pedro piensa que no quiere estar con quien no quiere estar con él. El problema es la cuestión de aquellos ciudadanos que se consideran tan vascos o catalanes como españoles y viven en esos territorios. Y dividir territorios o tratar de hacerlo no lleva sino al conflicto. La historia está plagada de ejemplos. Crucemos los dedos.

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